Entrevistas

El poeta de la revolución bolivariana: «Hay que ganar la batalla cultural»
MOLLINADouglas Bolívar

En plena campaña del 99 para la elección para los constituyentes que en los siguientes meses se darían a la presurosa tarea de elaborar una nueva Constitución de Venezuela en el marco de la revolución bolivariana, en pleno mitin el presidente Hugo Chávez alzó la mano del poeta Tarek William Saab, de quien se refirió entonces como «el poeta de la revolución».

«Eso quedó instalado así, incluso en la psicología popular, en la comunicación de masas. Algunos lo hacen (lo llamen así) con muchísimo afecto, otros en un tono sarcástico. Por eso no quiero navegar en ninguna de esas dos aguas extremas. Siento que he hecho una poesía bastante laboriosa».

Tarek William, quien ha publicado seis libros de poesía, su último es una antología que según palabras reúne lo que mejor ha escrito (“Cielo a media asta”), es además diputado a la Asamblea Nacional por el partido del gobierno: MVR. Desde su curul dispara misiles contra sus adversarios y reconoce la potencialidad del rival, al tiempo que hace un mea culpa del proceso, por no haber sabido encarnar la batalla que a su juicio hay que ganar: la cultural. Y su herramienta de lucha es la poesía. «Si el pueblo, el público, la sociedad quiere verme como eso (poeta de la revolución), está bien, pero quiero trascender más allá de una coyuntura. Quiero ir más allá de un tiempo histórico, que es el que estoy viviendo en este momento».

Antes de citar la poesía se permite un giro para contextualizar su vida política. Así, comenzó en estos avatares a los 14 años, cuando en su ciudad natal (El Tigre, Anzoátegui) se instaló como presidente del centro de estudiantes del liceo. «En mí hubo una evolución porque de El Tigre me fui a Mérida, donde también fui dirigente estudiantil. Comencé a estudiar filosofía y letras creyendo que podía mejor o perfeccionar mis actitudes poéticas. Después de tres años regreso a El Tigre a reflexionar sobre lo que iba a ser mi futuro. Tenía 21 años y surgió la poesía como un mecanismo de salvación muy importante. Por eso mi primer libro formal, Los ríos de la ira, lo escribo en el 84. Obtuvo la primera mención en el concurso del ateneo de Calabozo, estado Guárico. Prologado por el poeta Gustavo Pereira.

Posteriormente se conecta con el ideal revolucionario. «Me vinculé al Partido de la Revolución Venezuela (PRV), que comandaban Douglas Bravo, Francisco Prado, Barazarte, Kleber Ramírez. Con todo ellos, particularmente con Douglas, mantuve una relación de afinidad en lo político y en lo existencial. Desde el 77 al 97».

Pero otro sería su tutor en la poesía, otro revolucionario de Centroamérica. «Mi comienzo en la lucha revolucionaria estuvo también vinculado al tema poético, de la mano de Roque Dalton, a quien comencé a leer a través de una revista venezolana llamada En Ancas, que duró muy poco. Había una separata con la antología de Dalton, que fue fusilado por el Ejército Revolucionario del Pueblo (El Salvador). Era uno de los mejores escritores de Centroamérica. El para mí fue muy importante, al igual que Eduardo Sifontes, un poeta del oriente venezolano que también tuvo un final trágico al morir con menos de 30 años. Así me introduzco en la dualidad de ser un poeta, pero al mismo tiempo tener un compromiso en la lucha social sin llegar al dogmatismo, a los extremismos, a esas cosas que tanto se les criticó a los que eran poetas y artistas en la época del llamado realismo socialista. Yo para nada tuve esa formación. La poesía tiene temas políticos y sociales, pero también amorosos, existenciales, la vida y la muerte, el erotismo, la crudeza de existir siempre al borde de la nada. Eso me llevó a asumir la poesía como algo muy importante a nivel interior en mi vida. Todo eso me fue haciendo diferente y me fue llevando por un camino que es el que he asumido, que es el de ser equilibrado, no extremista, a pesar de que en algunos temas soy muy paradigmático. No es casual que en mi oficina los dos únicos retratos que se ven son los de James Dean y Che Guevara, que al igual que Dalton y Sifontes murieron muy jóvenes. Todos tuvieron como especie de una fijación con la muerte. Yo creo que uno en la vida se va ejercitando para morir. He querido trascender: He sido poeta de una obra importante, que ha tenido elogios de gente que para nada tiene que ver con nuestra política, como Salvador Garmendia, Jesús Sanoja Hernández, Luis Alberto Crespo, Juan Liscano. Mucha gente ha hecho críticas positivas de mi poesía. Sin embargo, este proceso político del cual yo he sido protagonista, ha llevado a que gente que antes elogiaba mi trabajo literario, hoy lo cuestione, pero yo creo que no por razones estrictamente literarias, sino por razones de orden visceral, producto de la diatriba que estamos viviendo. Sin embargo creo que la poesía que he escrito va a superar esa coyuntura. Y va superar cualquier lado: entre el elogio más grande y la burla más atroz. Por lo tanto, el título de poeta de la revolución lo asumo con modestia y humildad. Siento que eso caló mucho en las masas».

«Mi pueblo es un tren que a media noche pasa y recoge a los convidados».
Como un oculto milagro vimos los años /celebrados en silencio / pudo alguna vez asirlos el viento / El pueblo que soñaba / fue noche guardada / en los rieles / Orilla de un árbol solitario / donde vienen los vencidos a dormir / su nostalgia / Tren altivo mi país /acortando el paso de las furias / tambor alzado en la intemperie / alegre de sonar.

Este canto social está contenido en Cielo a media asta, pero el poeta esgrime más para ripostar a quienes pudieran denostar de su imposibilidad hacia el compromiso de calle mediante su talante poético. «Hay un libro que se llama El hacha de los santos, que recoge toda mi poesía de contenido social o político, muy bien elaborada, al punto tal que Juan Liscano le dedicó un elogio muy importante en su momento, en el año 92. Es una poesía que no es panfletaria, de cartel, pero que aborda temas de históricos y políticos con muchísima dignidad».

Una piedrita hay en el alma del poeta. «Yo quisiera ser más difundido. Tal vez esa sea mi mayor frustración, trauma. Mi poesía ha sido escasamente difundida. Todos mis libros han sido publicados porque han ganado premios. Yo quiero que la gente internalice más mi trabajo».

-¿Cuál de las dos obras (político y poeta) le importa más?

«La poesía no solamente es la poesía escrita. Es tu existencia y sensación y tus vivencias y tus sentimientos como poeta, y eso yo lo tengo en mi corazón y lo voy a tener siempre. Por lo tanto no quisiera que una cosa esté por encima de la otra, porque también a la política yo no la he visto como un hecho convencional. Pero indudablemente que mi obra final quedará escrita en mi poesía y el trabajo que he hecho en materia de derechos humanos en la elaboración de la Constitución Nacional Bolivariana».

-¿No le preocupa expresarse más popularmente?

«Lamentablemente, en esta época el juglar ha sido sustituido por un poeta que con las uñas trata de mostrar su trabajo. La mejor manera de vencer ese cerco, el de ser más popular como poeta, que lo soy en la medida en que la gente sabe que soy poeta, es a través de la difusión. Claro que me preocupa que la gente que me ve valores humanos, conozca mis poemas».

¿La gente le reclama que no hace cotidianidad, de ripostador?

«La poesía no es para ripostar, para eso está el ensayo. La poesía es otra cosa, otro escenario que uno no puede devaluar y convertirla en una cuestión que pierda su dignidad y su nivel de arte literario, de arte vivencial y existencial. Ese nivel está resguardado para el momento de la intimidad en que tu logras crear un verso, en que logras montar toda una imagen que trascienda públicamente. El poeta, y más en estos tiempos, es como un out sider, es como un perdedor, está como tras bastidores, está al margen, en la orilla, al borde. Y en parte yo creo que es bueno, porque el poeta no tiene que ser una especie de institución a través de la cual se convierta en una especie de poder. El poeta tiene que estar, muchas veces, a contracorriente, lo que no significa que su trabajo no tenga que ser reconocido».

¿La política deja tiempo a la poesía?

-No es fácil, porque uno también vive bajo una angustia constante, personal. Uno está como en muchísimos extremos, en pugna por buscar los extremos y que ese extremo no me avasalle, no me desborde, no me aniquile, no me arrolle. A veces hay cosas mías, personales, que son las que escapan de mi control. Y he allí donde mi sensibilidad de poeta puede ser mi salvación o mi desgracia. Porque no es fácil escribir poesía, pero más difícil es vivir la poesía.

-¿Cree que a la revolución bolivariana le hace falta poesía, poetas?

-Hay unos versos de Wladimir Mayakoski, el poeta de la Revolución Bolchevique que se pegó un balazo en la cabeza, que te resumo en dos versos: Se vive bien en el país de los soviets/ pero por desgracia no hay poetas.

Yo creo que hay una poesía subterránea que yace en el alma sencilla de la gente, que asumió y encarno este proyecto de manera desinteresada, que fue la gente que arriesgó su vida muchas veces, y particularmente el 12 y 13 de abril de 2002, cuando sin armas y a la luz del día salieron a reestablecer sus sueños. Creo que hay que hacer un esfuerzo por convertirla en letra y canción. Hay un terreno fértil. Es por eso que es tan difícil el título de poeta de la revolución, porque es como el peso.

¿Todavía basta Alí Primera?

Mantiene una vigencia, pero eso no significa que sea insustituible. Pueden venir relevos.

¿No esa, precisamente, una falla de la revolución?

-La falla ha sido del aparato cultural del Estado. No porque no haya convertido clones de Alí Primera, sino en motorizar una verdadera revolución cultural que logre que esos talentos que están floreciendo por allí tengan un apoyo institucional, pero no para que sean propagandistas de la revolución, sino para que interpreten este momento histórico. Vendrán mejores momentos. Tiene que haber una política estatal que aliente eso que está latente en el alma del pueblo.

Se enciende de seguidas el verbo del poeta y quiebra lanzas a favor del hecho cultural «Ha sido una falla imperdonable de este gobierno que Monte Avila Editores esté a punto de cerrar porque no tiene presupuesto. Lo denuncio como algo grave. Allí hay responsables que no están viendo el crimen que se le está haciendo al país. Es inconcebible que siendo nosotros garantes de todo lo que está en la Constitución, no hagamos nada por salvar Monte Avila. Hay un deseo, un espíritu, un programa, una fuerza que va hacia el desarrollo de los derechos sociales, pero eso no basta. Tenemos que conducirlo con un trabajo colectivo. Pero la gente tiene que saber que en Venezuela no hay una guerra cruenta convencional. Estamos viviendo una batalla que a veces se convierte en un conflicto de baja intención, pero a veces en una guerra, porque nuestros adversarios tienen mucho poder. No nos han dado tregua un solo día. Hemos batallado en lo militar, lo económico, en lo psicológico, en lo político, que a veces nos hace parecer que el tema cultural no es tan importante. ¡Todo lo contrario digo yo! La batalla se tiene que ganar en lo cultural. Yo creo que esa ha sido la gran tragedia de esta revolución, que no ha podido tener una dirección cultural colectiva óptima, que desde la gran potencia que es la cultura, poder avanzar. Se ha hecho un esfuerzo, pero podemos hacer más. Los aparatos de comunicación del Estado tienen que estar al servicio de eso, de una cultura que tienda no a la fanatización, sino a la elevación intelectual de las capas más desfavorecidas, que no tienen acceso a la cultura, y desde allí hacerse fuerte, poderoso. Tiene que haber voluntad política. A veces pienso que puedo ser una voz en el desierto. La cultura es tan vital para el pueblo de
Venezuela como el petróleo».

-¿Qué iniciativa propone?

-Una revolución tiene que tener una vanguardia, tiene que haber una retaguardia, pero la vanguardia tiene que ser lúcida, de un altísimo nivel, para poder soportar y avanzar. Es allí donde hemos fallado. En la clase media hay un sector importante que tiene estas características y hemos fallado en comprometerlo más.

¿Qué solidez tiene la revolución bolivariana?

Lo que no aparece. Parece mentira: siendo Gobierno, tenemos un porcentaje exiguo de aparición pública. La oposición es la que copa los espacios mediáticos. Si resistimos lo del 11 de abril, de estar acorralados, derrotados, caídos, esa reserva moral no va a hacer invencibles, pero no debemos confiarnos.

Siento que tenemos que repensar muy bien qué vamos a hacer, porque entramos en una nueva fase. La revolución bolivariana entró en una nueva fase y tenemos que tener nuevos paradigmas, nuevos referentes, nuevas claves, nuevos códigos, y para mí están allí, en lo cultural. El gobierno tiene mucho que hacer en eso, y ojalá que no sea tarde.